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Memoria: fuente de la imaginación creadora

Memoria

La memoria no es el mero depósito de cosas pasadas ni el archivo burocrático de cifras, datos y consignaciones donde penosamente acudimos para acceder a servicios inmediatos y utilitarias transacciones (memoria mecánica).

En la escritura, cualquiera que sea el género, se acudirá tanto a una memoria intelectiva (datos, cifras, ideas) como a la emocional (recuerdos, vivencias, cosas vistas). El entrenamiento constante de estas memorias permitirá un mejor fluir del proceso mismo de la escritura, accediendo a nuevas asociaciones creativas y al ensanchamiento de nuestros recursos intelectivos y emocionales. Un poderoso banco siempre abierto a establecer redes de asociación entre el pasado y el presente, la imagen y la idea, el símbolo y las cosas; el encuentro entre la conciencia racional y los sustratos emocionales del sujeto.

La memoria como una fuente irradiante en el mejor empleo que se pueda hacer de esta: la imaginación creadora. Requerimos una memoria para la creación, para la anticipación, y no para el resentimiento.

Muchas son las vías que señalan los manuales de mnemotécnica para aumentar esta capacidad humana. Aquí, nos apropiaremos de una de esas técnicas; la adecuaremos para conducir una palabra capaz de evocar imágenes, hacer asociación de ideas y estimular la fuente de la imaginación creadora: La memoria sensitiva.

La memoria sensitiva

Nuestro cerebro involucra los múltiples canales de percepción humana: los sentidos, para la captura de información y demás funciones cognitivas. Olemos el aroma de una fruta y sabemos de ella su naturaleza amarga o dulce; la vemos, palpamos o la degustamos, y las percepciones obtenidas se traducen en datos de conocimiento. Podemos, del mismo modo, lograr del objeto una imagen emotiva que recrea nuestro mundo interior, ya sea porque su sabor lo asociamos a algún sentimiento (placer, desazón) o porque su olor nos retrae a un rincón avivado del pasado. Unas sensaciones que trazan una ruta a la memoria, y de esta ruta los hallazgos de emociones y recuerdos que buscan cobrar una expresión exterior (como la escritura, la pintura, la música, etc.).

Todos los sentidos participan en la construcción de nuestra memoria, con énfasis en unos más que en otros, como la visual y la auditiva. Estas últimas poseen un amplio poder de retención y almacenamiento; pero en cuanto más se emplee la totalidad de la capacidad sensorial, para procesar una información determinada, más vívida y con más posibilidades significativas tiene para ser retenida por la memoria.

Cada uno de los sentidos va a constituir un tipo de memoria que retendrá y que, ulteriormente, evocará los rasgos más distintivos o de mayor impacto, según el sentido que opera:

          • Memoria gustativa: catadores de vino.
          • Memoria olfativa: perfumeros.
          • Memoria táctil: invidentes.
          • Memoria visual: pintores.
          • Memoria auditiva: músicos.
Memoria e imagen

El trabajo de escritura implica una alta traslación de contenidos e ideas abstractas a una expresión sensitiva, concreta. Expresión fijada en imágenes sugerentes y con un poder de evocación mayor. La palabra transfiere los contenidos a imágenes, y la imagen es lo que más capta con facilidad la memoria.

El escritor, como todo artista, debe estar en permanente estado de alerta con los dispositivos sensibles de su ser. Debe ser todo oído, ojos, tacto, olfato y gusto. Una sensibilidad atenta abre los canales de la imaginación y puede establecer nuevas conexiones (asociación de ideas) si recurre a una memoria fortalecida por la experiencia sensible.

Entre imaginación y memoria aparece el destello de la intuición, y el ser intelectivo del escritor estará presto a reconocer y valorar un posible material en bruto para tallar la expresión que más le convenga.

Aumente su poder de la memoria, como recomendación general, estableciendo asociaciones de imágenes sensitivas a partir de números, datos, listas, contenidos abstractos y demás necesidades de la vida cotidiana.

Realice operaciones mentales como contar historias (absurdas, si quiere) para relacionar contenidos de difícil aprehensión. Por ejemplo, el científico Albert Einstein transfería sus complejas fórmulas sobre la teoría de la relatividad en correspondencia a las ondas de luz. Transfería esta imagen en otra cosa (la onda de luz como si fuera un potro en el que él iba cabalgando). O un músico que visualiza los sonidos en una danza de colores o el jornalero que recuerda en el olor de la hierba fresca su historia personal.

Y más ejemplos encontrará usted si ejercita por su propia cuenta la memoria, la palabra y la imagen, vinculándolas entre sí para crear algo significativo. Recuerde, no lo olvide, que así estará ejercitando su imaginación.

¡Ponga atención!

La memoria requiere de un principio activo para generarla en su proceso inicial: la atención. “La atención no es un estado natural de las personas, sino que se trata de una acción voluntaria hacia «algo»” (VIDAL, 2003). Esta puede surgir de manera espontánea; pero, usualmente, demanda de un esfuerzo de la voluntad que, según el estado de concentración, incide en la calidad retentiva. 

Una vez activada la atención, la memoria se sustenta en tres bases propicias para su proceso:

    • La motivación: o interés por ‘algo’. Primera base para la memorización, ya que la parte emocional e intelectiva se siente atraída, atenta, hacia el objeto de interés.
    • La integración: es la relación estructural de ideas, imágenes, objetos, hechos que, previamente asimilados, se conectan en una visión de conjunto, integral; ordenados de tal manera que facilitan el almacenamiento y eventual evocación.
    • La precisión: es la búsqueda de la claridad y la nitidez de los contenidos almacenados, distinguiendo ideas principales de las secundarias y las conexiones establecidas, con precisión y sin confusiones.

Textos originales de Fabián Giraldo Bermúdez

Fragmento extraído del libro El guion de la escritura®

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